Bon día, Astur. Como hace unos meses que no te
leo, echo de menos que te metas con los modernillos. Venga, dí algo que
no hayas dicho aún, a ver si eres capaz de no repetirte.
Mar- Barcelona.
Venga, ahí va. Aún tengo mucho material, de hecho estoy pensando en escribir un ensayo titulado: ”La culpa es de los indies ( Diarios de un moderno. España 1985- 2012: de la ignorancia a la indiferencia)”.
Mi última reflexión ha surgido con respecto a la película Drive, que hace poco sufrí en los cines Renoir de Barcelona, templo hipster (mierda ¿cuándo comencé a utilizar esta palabra?) por excelencia en el que suelen echar las películas que hay que ver.
La película es mediocre, de eso no me cabe duda, pero
ha tenido mucho éxito, e incluso gente a la que respeto la ha
calificado de “ ya clásica y de culto”, y me llama mucho la atención. He
pensado sobre ella, tratando de buscar la razón: un guión pretencioso
pero terriblemente simple y pueril, lleno de silencios que no quieren
decir nada, referencias obvias a muchas y mejores películas anteriores,
estética de videoclip y moda ochentera, adaptada a los flojos cánones actuales, y una, esta sí, buenísima banda sonora a cargo de Con Truise;
nada la hace digna de levantar tales pasiones…¿Nada?¿En serio? ¡Qué va!
Precisamente eso: su pretendida modernidad, su plagio constante y su
sencillez. Claro, ahí lo tenemos. Fíjate, estaba ahí delante.
Un moderno, en el peor sentido de la palabra, nunca
piensa, ante una obra realmente innovadora y original que lo descoloque,
qué buena, qué compleja, he de profundizar en ella. No, simplemente no
la comprende y la tacha de pretenciosa y fallida, porque no soporta
sentirse fuera de juego. En cambio, delante de una peliculita como Drive,
piensa: “ joder, qué de referencias culturales, qué genialidad, la
pillo, PODRÍA HABERLA HECHO YO MISMO, porque, claro, yo también soy un
genio”. El moderno borreguil, aunque pretenda lo contrario, es lo más
clasicista que hay. El moderno del montón no puede admirar a nadie; el
moderno se admira a sí mismo en las obras de otro, que han de ser los
suficientemente inaccesibles como impedir que “cualquiera” las disfrute
pero no tanto como para que él no lo haga; una constatación, un espejo,
de su propia genialidad, un carnet de socio al destacado grupo de los
que valen y no son unos perdedores; un anuncio, porque todo es, al
final, marketing, que cumpla su función.
Espero que te haya gustado y comprendas lo que
quiero decir; al fin y al cabo, tanto tú como yo, sabemos que somos
geniales; por eso me lees.
Amen
comienza a ser cansino el tema del moderno...
ResponEliminapero seguro que te lo has leído hasta el final
ResponEliminahombre claro, yo, como mi querida madre, me leo hasta las necrologicas...
ResponElimina